La debutante Mònica Batet (El Pont d’Armentera, Alt Camp, 1976), ganadora con L’habitació grisa del 25° premio Just M. Casero, ha escrito una obra honesta, con toda la información para entrar en ella, en un artefacto literario bien trabajado en el que los datos se dan poco a poco y austeramente. En una relectura, la aprehensión de sentidos ocultos es un incentivo, porque se sabe poco de los protagonistas y el lector quizá quiera más. No lo conseguirá del todo, porque la autora no pretende explicar a sus personajes, sino colocarlos en un escenario cultivado de provincias, desamor, celos y ausencia que la literatura no puede trascender. Sorprende esta impotencia de la literatura, porque el narrador acepta de entrada como referentes novelísticos un premio literario local y una supuesta gloria literaria, hijos ambos de una librería de largo recorrido. Se podría argumentar que esta endogamia literaria es estéril, porque ¿quién, a estas alturas, puede atribuir a un premio literario la confirmación de la excelencia, la fama o, simplemente, la calidad? Es el debut de la autora y habrá que esperar a que su obra hable más. Destaca la creación de una atmósfera por medio de elementos simbólicos: la lluvia, «l’habitació grisa»y el peso evocador de los objetos, como los 1.300 relojes parados a las siete menos cuarto que hallan las hijas a la muerte de un personaje obsesivo. ¿Hasta qué punto evocan los espacios, los fenómenos o los objetos? Es más una tentativa, porque el enamoramiento de las imágenes se impone al contenido, a la humanidad que quiere reflejar. Ahora bien, el juego en el espacio y el tiempo, en un mundo literario de pasiones controladas, produce una trama que obliga a retener el nombre de la autora.
[Article d’Estanislau Vidal-Folch, extret del suplement de llibres d’El Periódico del 6 d’abril]